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Welcome to Barrio Luján.

“Dispersos en dispersas capitales, /solitarios y muchos,/ jugábamos a ser el primer Adán, /que dio nombre a las cosas.”
Jorge Luis Borges.

Arnold Hauser ha dejado claro que el arte, para él, tuvo su origen en el deseo. En el primer capítulo de su Historia Social de la Literatura y el Arte, sirve de testimonio a esta afirmación, cuando narra que para el hombre de las cavernas la representación del objeto deseado -pasando por cierta práctica mágica- establecía una cercanía y pertenencia con el mismo. Ese rito, erigido en el deseo, permitió la sobrevivencia del arte y de la especie.

Las culturas indígenas de Latinoamérica, que aún conservan ese sentido potenciado de la imagen, esbozan su rechazo a la fotografía. Pareciera que identifican la expoliación de significados que conlleva el hecho fotográfico, o lo que más acertadamente ellos han llamado: robo del alma. La fotografía es así, casi siempre, una ladrona cumpliendo los designios del deseo.

La fotografía, siendo un objeto real, se diferencia de la realidad que registra sobre todo si tomamos en cuenta el complejo proceso subjetivo que procede y condiciona su existencia. Esta distancia permite al fotógrafo la negociación con el referente, y le condiciona un nuevo diálogo con el contexto. En esta premisa se concentra la Serie “Detalles ocultos de un paisaje urbano”, del fotógrafo costarricense José Campos (1974).

En el último decenio, Costa Rica ha ido acentuando el valor de la puesta en escena de su producción fotográfica. La fotografía ha pasado, del experimento estético a nivel formal, a un lenguaje de interrelación con el mundo, evidenciando una alianza ingeniosa con la dinámica del arte contemporáneo. Así, la demanda de un sistema de enseñanza que comprenda la misma, ya no es un reclamo en el ámbito local. Existen en el país numerosas academias y universidades que se dedican a potenciar esta praxis, tanto en el terreno documental, ensayístico o experimental.

José Campos es un fotógrafo formado en uno de estos recintos. Parte del trabajo que ha venido realizando se enfoca a la dinámica del ensayo fotográfico, pero subvirtiendo este –en redes que va tejiendo con cuidadoso nivel técnico- ha decidido con un proceso de fotografía incidental, rescatar parte del paisaje urbano josefino. En sus tomas, no sólo se encuentra el imaginario simbólico de la arquitectura o el entramado citadino sino también las profesiones “clásicas” urbanas (zapatero, sastre), que condicionan y re-escriben escenas de ese entorno.

La ciudad, y muy en particular barrios específicos de la misma, construyen el escenario, donde se desplaza la obra de Campos. Desafiar el tiempo –con el valor de la instantánea- ha sido una máxima para la fotografía. En estas piezas esa provocación acude al espacio en imágenes profundamente desgarradoras; un grito desesperado, un alto en el camino para re-leer San José, sin la frivolidad del apremio turístico. Algunas de ellas dieron cuenta de “una última vez” porque es detalle desaparecido para siempre.

Igualmente se percibe en estas fotografías cierto coqueteo con lo mediático e imágenes pre-existentes. Una en particular llama mi atención pues su enfoque simula la clásica imagen de Hollywood, una especie de bienvenida rimbombante, pero en este caso a Barrio Luján. La carga ideológica de elegir un barrio puntual de San José -que ha devenido casi periferia en el nuevo circuito de relaciones que ha implementado la ciudad- e invocarlo, como sobreviviente de la “modernidad” arquitectónica, refiere la traición que ha cometido la ciudad con ella misma. La nulidad del sentido de progreso, la ciudad congelada y deteriorada como proceso natural y decadencia.

Lo cierto es que esta desarticulación de San José, no es sólo previsible en su arquitectura. Los detalles ocultos son sólo aquellos que nos permite descubrir la infraestructura arquitectónica de la ciudad, sino que también apela a los oficios que permitían cierta cordialidad en sus relaciones, porque estos son ejes definitorios de una ciudad que no terminó de vivir su proceso de crecimiento, mientras va siendo arrasada por los embates de la globalización.

José Campos, devuelve San José, no sin timidez. Su obra trasluce ese poderoso ejercicio del deseo, contemplar y nombrar de nuevo su ciudad como el objeto amado. Re-edificarla en la posibilidad que tiene la fotografía de reconstruir la historia y ficcionarla. Fotografiar no para robar el alma, sino para preservarla.

Clara Astiasarán
San José, septiembre, 2004

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