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Hace un año escribí en mi sitio por primera vez sobre mi padre y su influencia en un aspecto específico de mi vida.

Ha pasado un año más desde que Carlos Eduardo Campos Monge dejó este mundo y a pesar de su ausencia física, su legado continúa vigente.

Después de su partida fue difícil retomar todos esos proyectos personales y profesionales que significan tanto para alguien como yo pero que en esos momentos de dolor y de confusión no significan nada. Con el paso del tiempo uno se da cuenta que la vida continúa y que mejor manera de hacerlo que de la manera que él hubiera querido.

No deja de ser extraña esa mezcla de sentimientos: ese «parece que fue ayer» con el hecho de saber que ya han pasado algunos años y hay que adaptarse a la idea de no volverlo a ver como antes.

Ahora, lejos del dolor y el resentimiento de la pérdida, la comunicación entre él y yo continúa a través de ese lenguaje tan particular que nos unió y lo seguirá haciendo hasta el reencuentro. Ese último aspecto se los quedo debiendo porque no tengo la menor idea de que es lo que pasa cuando dejamos este mundo.

La fotografía es parte de ese lazo indestructible con el cual mi familia cuenta para mantener vivo el recuerdo, para seguir viviendo la vida cuantas veces haga falta.

Gracias por todo.